Sunday, January 01, 2006

EL ÁLBUM DE FOTOS DE DIOS-PADRE (Cuento de Navidad)






¡Hola! ¡Mira, qué bien que te encuentro, pues precisamente ahora te estaba buscando! Es que me han confiado este escrito para que te lo haga llegar personalmente. Se trata de un breve relato acerca de lo que ha sido mi vida, y el acontecimiento que determinó su rumbo. Cuando lo hayas acabado de leer charlaremos un poco. ¿De acuerdo?

Me llamo Bartolomé, pero mis amigos me llaman Bartolo. Un día me salió al paso un desconocido, con objeto de entregarme un rollo manuscrito dirigido a mí personalmente. Las palabras del pergamino explicaban que Dios-Padre estaba totalmente emocionado. Eso era porque en Belén acababa de nacer su amadísimo Hijo Unigénito Jesús, de una Virgen, María, desposada con un hombre justo, José. Así pues, al ver la extraordinaria Belleza de su Hijo, no quería hacer menos de lo que harían los padres emocionados en las próximas generaciones: llenar todo un álbum de “fotos” del Niño Jesús. Como en esa época todavía no se había descubierto la reproducción fotográfica de imágenes, había convocado un concurso de dibujo o pintura, cuyo modelo era su Hijito tan amado.
El escrito añadía aún más detalles: Como premio, el cuadro ganador se colgaría para siempre en la casa dede la Sagrada Familia. También se proporcionaría al autor lo que pudiera precisar, si es que pasaba necesidad. No penséis que, en aquellos días, esto era poca cosa, no. Tras la visita de los Sabios de Oriente y todo su cortejo, con la gran cantidad de donativos y bondades que dieron a los pobres y necesitados y, sobre todo, la gran inquietud manifestada por Herodes y con él toda Jerusalén (ya sabéis lo que pasa en estos casos), parecía garantía de adquirir fama, eso de tener las propias producciones artísticas colgadas en aquella casa.
Había entonces en la comarca un buen grupo de dibujantes y pintores muy diestros, ¡no creáis! Uno de ellos había estudiado especialmente los efectos de luz y la manera de plasmarlos en la tela; captó cada sombra, cada reflejo de los movimientos del Niño... ¡Daba gusto verlo!
Otro tenía un don para los detalles; invirtió muchas horas en su trabajo pero, ¡valía la pena! De veras parecía que podías contarle los cabellos al Niño y ver los tejidos moverse con la brisa ¡Qué realismo!
Una señora, ya mayor, sabía dibujar muy bien, y lo hacía con un estilo sencillo, con muy pocas líneas pero capaces de contener todo lo necesario; el resultado era encantador, juvenil.
Bueno, y otros más; no tantos como uno pudiera imaginar pero, unos cuantos por lo menos.
Y yo también fui; sí, también soy bastante hábil y, el mismo tío que me enseñó a leer y escribir, me instruyó algo en cuanto al dibujo. Eso fue antes de que muriera mi mamá, y todos los hermanos quedáramos sólo a cargo de nuestro padre. El pobre tenía que trabajar mucho para sacarnos adelante, pero lo lográbamos colaborando cuanto podíamos y con mucho amor. Ocasionalmente, cuando me era posible, yo ayudaba a algún pastor, para poder ganar algún dinerillo. Pero todavía no podía hacerlo solo pues entonces contaba solamente siete años.
Era la segunda vez que iba a casa del carpintero. Nunca olvidaré la primera, fue cuando pernoctaba con mis maestros pastores y el rebaño ¡Aquella hermosa noche en que el Ángel nos condujo entre cantos de gozo, alabanzas a Dios y augurios de paz!
Cuando me presenté de nuevo, la mujer, María, me recibió con una sonrisa que prendaba el corazón. No era sólo la sonrisa, no, era toda Ella. Como si estuviera absolutamente fuera de todo aquello que nos ensucia a los hombres y, en cambio, llena y traspasada, como empapada, de todo lo que nos hace buenos y divinos. Todas las cosas bellas que he visto en otros las había visto antes en Ella. Me acogió con todo su ser como si fuera hijo suyo y, en efecto, así me sentía, y me dijo: “haz todo lo que Él te diga”.


En principio la exhortación me sorprendió: ¡se refería a su Bebé! Pero con el tiempo comprendí que aquel Bebé era diferente de todos los demás y, efectivamente, me indicaba siempre el camino. El carpintero era un hombre apuesto y fuerte, muy sencillo y juicioso; era lo que entonces se denominaba un hombre justo. Yo, para mis adentros, tenía una explicación sencilla del término: “justo quiere decir ni excesivo, ni corto; es decir, que hacía nada más y nada menos, exactamente, a pies juntillas, todo lo que Dios quería de él; ahora a eso, se le llama ser Santo. Destacaba su alegría constante; cantaba Salmos casi siempre. Alguna vez sobresalía de entre los ruidos del taller, su voz profunda y bien timbrada, entonar el canto con una intensidad súbita...“¡Ya se ha lastimado con algún utensilio! ¡Pobre!” –Decía María en voz baja-. Y es que José todo lo acompasaba con una plegaria a Dios, ya fuera también con los labios, ya fuera sólo en el corazón.

Empecé a sacar los instrumentos de pintura y observar el modelo, el Niño Jesús, para hacer el retrato. Pero en cuanto me sonrió y me miró con sus grandes ojos que todo lo iluminaban, no supe ya hacer nada más que contemplarlo embobado...Ya había oscurecido afuera, y me despabiló la voz de María ofreciéndome alimentos para cenar. La comida en aquella casa no sólo me satisfacía el apetito sino que me hacía ser diferente; es difícil de explicar, hay que vivirlo, es como si me desvelara la pertenencia a aquella Familia. Con todo, tengo que deciros que el pan, el vino y el aceite eran buenísimos, y también lo era el pan de sicómoro que a mí tanto me gusta.
Al volver con los míos no podía recordar ningún rasgo concreto de Aquél a quien debía dibujar, sólo me sentía diferente, con nuevos horizontes.
Muchos días más bajé a Nazaret y siempre me pasaba lo mismo. Tanto es así que, al cabo de los meses, todavía no había esbozado ni una línea en la tela.
Mi padre vino alguna vez conmigo, a fin de conocer a mis nuevos amigos. Él estaba muy contento de que me pasara el día allí pues, a su parecer, así no me encontraría tan solo, con la ausencia de mi madre y él casi siempre trabajando fuera de casa. Empecé a hacer pequeños trabajos para la Familia y habitualmente me quedaba a comer y a cenar, a veces también a dormir. Sólo me ausentaba para cuidar de los rebaños.
Un día en que ayudaba a María a sembrar unas semillas Ella me dijo: “hijito, ten cuidado de que no caigan entre las piedras, si no las raíces serán superficiales y en seguida se marchitarán en cuanto venga sequía; tampoco las esparzas en el borde del camino, que se las comerán los pájaros (bueno déjales unas poquitas que coman, ¡pobrecillos!), cuida de que caigan en la tierra buena para que den mucho fruto, ¿eh?” ¡Cuánto me gusta que Ella me llame “hijito”!

Mi padre, ya anciano, estaba muy enfermo cuando me aconsejó que partiera con ellos a Egipto. Lo hizo por lo mucho que me amaba, renunciando a mí por mi bien. ¡Poco después se fue al Cielo, de tan bueno que era!
Fueron días difíciles los de Egipto pero con Jesús, María y José todo se podía llevar con esperanza. Todavía me parece ver a José pronunciando la berakà (bendición) por la mañana, antes de la comida, etc. Y haciéndose siempre la misma pregunta: “¿cuál será en este momento la Santa Voluntad del Altísimo sobre mí? ¡En cuanto esté seguro de ello, la seguiré!”

Yo seguí con mi oficio de pastor y Jesús, que ya era un “hombrecito” de seis años, venía conmigo a veces; no me cansaba nunca de escucharlo. ¡Todo lo que decía, era a la vez tan sencillo y tan lleno de sabiduría y profundidad!...pero cuando me ponía ante la tela para pintarlo, no era capaz de recordar ni uno de sus rasgos físicos, ¿cómo podía pasarme esto?
Un día tuvimos una gran alegría al reencontrar un corderito que se había perdido; dejando el rebaño lo fuimos a buscar, ¡pobrecito! Cuando ya me lo había cargado a los hombros, Jesús sonreía lleno de gozo mirándonos, ¡se diría que estaba pensando cosas muy importantes! Llamaba a las ovejas cada una por su nombre y ellas le seguían confiadas, pues conocían su voz. ¡Yo era incapaz de recordar el nombre de todas!
Cuando Jesús no venía conmigo, todo me recordaba a Él, el viento, el cielo, los prados... al hacer mis tareas, o comer, o andar, sólo me venía al espíritu el modo en que Él lo hacía y ya se confundía con el suyo, mi proceder. Pero eso no implicaba que hiciera mal las cosas o me distrajera; muy al contrario, lo hacía todo mucho mejor. Pero nunca pude recordar su fisonomía para concretarla en el lienzo ¿No es extraño?
Un día, mientras María separaba unos retales de ropa vieja para remendar los vestidos que se rompían (“porque si pones tela nueva, tira de la vieja y la rasga” -decía ella-), le expliqué lo que me pasaba con el retrato de su Hijo y cuán insólito me parecía aquello. Ella me miró con sus ojos de Cielo y sonrió; no parecía sorprenderle. En realidad nunca parecía sorprenderle nada, como si todo lo llevara ya de antemano en el corazón. Siempre que María me miraba y yo la miraba a Ella, sólo era capaz de pensar en Jesús y ya no podía sino mirarlo a Él. Hasta que volvía a verla a Ella y comenzaba de nuevo el itinerario de mi mirada. Yo creo que a José le ocurría algo parecido, pero nunca me lo confirmó, al menos de palabra.
Transcurrieron más años y, un día, cuando llegó la hora de ponerme a pintar (o intentarlo al menos, pues he de deciros que nunca dejé de perseverar en el esfuerzo), María me acercó el caballete, como hacía algunas veces, y me dijo: “tu pintura me gusta mucho, la colgaremos para siempre en nuestra Casa”. “¿Qué pintura?” -iba a decirle- cuando vi que me acercaba un espejo en el que vi reflejada mi imagen que, aunque no exactamente en los rasgos, pero sí en la esencia, el ademán, tenía un aire muy parecido al de Jesús. Todavía no había reaccionado, cuando Ella me dijo: “los demás pintores han pintado cuadros muy bonitos y esmerados de los rasgos físicos e, incluso, psicológicos de mi Hijo, pero tú te has convertido, tú mismo, en un retrato viviente suyo, pues tu amor, olvido de ti mismo y humildad, han permitido que Él grabara en ti su imagen Sagrada. Ahora como ya has cumplido tu misión y el retrato está acabado, lo colgaré en nuestra Casa...” y, mientras lo hacía, vi que las paredes se habían convertido en luz y, todo era hermoso... ¡estábamos en el Cielo! y el cuadro que colgaba era, efectivamente, un espejo, y era yo mismo el que había recibido el premio de vivir ya para siempre en su Casa. Vi los cuadros de los otros pintores, pues el Padre del Cielo es muy agradecido y nunca deja de recompensar cualquier cosa que uno haga por Jesús, María o los hermanos. Pero sobre todo me llamó la atención ver a otras personas que explicaban que la historia de su vida se parecía mucho a la mía, pero con concursos de música, de asistir enfermos, de maestro, de hacer de cajero(a) en un supermercado, de cuidar a los niños, etc.
Entonces el Padre Eterno dijo que le complacía mucho más el retrato viviente que habían hecho algunos, por el amor que comportaba. Por ello había decidido que los rasgos físicos de su Hijo permanecieran en el misterio a fin de no distraer los sentidos de los “concursantes”. Así pues, dispuso que su Amadísimo Hijo se quedara entre nosotros hasta el fin de los tiempos, vivo y real, pero escondido bajo la apariencia de pan y de vino en la Sagrada Eucaristía y también de manera espiritual, siempre a nuestro lado.
También dijo que quería tener cuantas más “fotos” mejor en el álbum de la Familia y, por lo tanto, convocaría un concurso similar año tras año, hasta el fin del mundo.
Yo, por mi parte sólo quiero recomendarte que tengas en cuenta que el amor se construye sobre la base de un denso tejido de momentos compartidos, de detalles de generosidad, de estar unidos en las risas y en las lágrimas, la seriedad y los juegos. Lo que se dice popularmente: “el roce hace el cariño”.

¡Ah!, me olvidaba de decirte que el desconocido que me comunicó por escrito la existencia del concurso de retratos de Jesús, me dijo que fue mi Ángel Custodio quien le había encargado decírmelo. También me recordó que nuestros Ángeles, en general, se nos comunican así, por medio de los acontecimientos y las inspiraciones interiores, no con apariciones espectaculares. Además me recomendó muy vivamente que no dejara de hacer por otros lo que él había hecho por mí informándome de esta oportunidad.

Tu Ángel Custodio es quien me ha encomendado que te haga llegar este relato.
¿Quieres participar en el concurso?
¿Harás llegar esta noticia a los demás convocados?
Aquí en el Cielo se está lo que se dice en la Gloria, ¡te esperamos!

(Dedicado a Bartolomé Ll. que en paz descanse)

1 Comments:

Blogger Salvador Pérez Alayón said...

Estupendo relato que retrata el camino hacia la santidad.

Nada importa sino vivirle en el amor. Haciéndolo, retratas su estilo de vida y lo contagias.

Un fuerte abrazo en XTO.JESÚS.
Nos vemos en la Eucaristía.

3:48 PM  

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